miércoles, 30 de diciembre de 2009

Otro más

Así es, lector. Diríase que prácticamente el planeta ya ha dado otra vuelta alrededor del Sol y yo sigo aquí. Un año de muchos logros personales, debo decir, y también algún fracaso. Pero bueno, no se puede tener todo. Aunque me pregunto si todo esto vale que haya perdido a Gabriela, o que haya dejado mi vida en México.

 

Sea de ello lo que sea, este año ha sido en general positivo. Así pues, recibe, lector, mis mejores deseos para el año venidero. Yo estaré trabajando pero, afortunadamente, obtendré mis vacaciones a partir del próximo 7 de enero, cuando espero poder escribir una entrada más larga para que entretengas tus horas de aburrimiento en el Internet.

 

Mientras tanto, que haya mucho éxito y alcohol.

 

Fu-Manchú

Los Siete Bosques de Vancouver, WA.

30 de diciembre de 2009, 11:50 pm PST.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Calling all dawns

Kia hora te marino

Te marino ara

Mo ake tonu ake

Que se extienda la paz

Que se extienda

Ahora y por siempre

--Christopher Tin, Kia hora te marino

 

Quizá te resulte curioso, lector, el hecho de que haya comprado un CD original. Pero sí, efectivamente, lo ordené hace unos días y hoy está en mis manos el primer disco del compositor Christopher Tin. Debo decir que es el primer disco que compro en el que siento que de verdad estoy apoyando a un artista. ¿Por qué? Quién sabe, puede que sea por el simple hecho de que mis dos copias llegaron firmadas por él. Quizá porque las canciones son tan complejas y se sienten tan auténticas.

 

Calling all dawns es un disco de doce pistas interpretadas en doce diferentes idiomas, desde el swahili de la pista 1 "Baba yetu", hasta el maorí de la pista 12 "Kia hora te marino", pasando por japonés, chino mandarín y hasta latín. El disco comprende tres etapas distintas: Día (vida), Noche (muerte) y Amanecer (renacimiento). Siendo, lector, que yo consideraba que Baba Yetu era el non-plus-ultra de este compositor, quedé impresionado con Mado Kara Mieru y Kia Hora Te Marino.

 

Interpretado por la Royal Philharmonic Orchestra y grabado en los estudios de Abbey Road, este álbum añade  más riqueza a mis oídos junto a la pieza original que se escuchó en Civilization IV. Permíteme, lector, sugerirte que visites el sitio de internet de Christopher Tin donde comparte contigo algunos extractos de su disco. Con suerte, te enamorarás de esa música como yo, que pedí dos copias en cuanto escuché las muestras en http://www.christophertin.com/callingalldawns.html . Por supuesto, el enorme respeto que me inspira el trabajo de Christopher me impide poner muestras de su disco en este espacio.

 

¿Por qué dos? Si un día conozco a alguna muchacha que también le guste esta música y aprecie lo mucho que significa para mí, le regalaré una copia, por supuesto. Pero mientras eso sucede, lector, ¡hasta más ver!

 

Fu-Manchú

Los Siete Bosques de Vancouver, WA

13 de diciembre de 2009, 05:44 pm PST

martes, 8 de diciembre de 2009

Animalidad

"(...) entonces, de acuerdo con Jesús, el verdadero pecado sería la animalidad,
puesto que el hombre fue creado para ser superior a los animales, y el modo
en que esa superioridad se manifiesta es en el intelecto..."
--El Daniel, en una noche de taller (y probablemente mal citado debido
a los conocidos efectos perniciosos que tiene La Hora en el taller
sobre el intelecto)

 

(3 de diciembre) Déjame te cuento, lector, que el gran JLB solía ilustrar con los gatos el concepto de "eternidad del presente", por llamarle así. Palabras más o menos, decía que mientras el gato se encuentra echadísimo en el portal, no existe para él ni el recuerdo del pasado ni la expectativa del futuro, sencillamente vive un eterno presente en ese momento. Cada instante ni se guarda para después ni se espera con ansia.

 

Viviendo en este mundo de las migraciones y los dobles turnos de trabajo y sin días de descanso, casi totalmente desconectado de mis pocas amistades en México, habiendo finiquitado mi relación con mi última novia a través del correo electrónico, y viendo cada vez más clara la ojetez y la miseria humanas, de repente me siento como ese gatito que se encuentra echadísimo en el portal. Permíteme explicarte, lector, por qué.

 

Cuando llegué aquí, venía de mi país bien contestatario y dispuesto a dar mi mejor esfuerzo, como por demás hacen todos los que emprenden este viaje. Pero al poco tiempo, llegó la revelación de que esta inmensidad que es Estados Unidos se puede resumir en una especie de granja. Claro que eso aplica a toda sociedad occidental moderna, pero mi cambio de sitio en el escalafón de dicha granja lo muestra ahora en todo su esplendor.

 

En este sistema tan viciado, lo único que se considera de gran valor es la productividad "concreta", llamémosle así. Esto es, la capacidad de un trabajador de producir algo tangible y susceptible de ser vendido o intercambiado. Análogamente, funciona aquí, igual que en México, un sistema de castas. Un burro jamás se utilizará para pasear, aunque sea más rápido o más cómodo. Por otra parte, dicho sistema de castas puede perpetuarse debido a la presencia de categorías sensiblemente rígidas: el negro, el migrante, el blanco. Es raro que unos y otros se junten y, cuando lo hacen, es porque una minoría imita en una medida aceptable a una mayoría. Pero eso no se llama "integración", como pretenden llamarle aquí. Se llama, o bien "homogeneización", o bien "estandarización". No haremos tortas con baguettes, a menos que las recorten para que parezcan bolillos.

 

(8 de diciembre) Así pues, las únicas posibilidades de una integración social son, en mi caso, con la comunidad latina. El problema con ello es que aún entre los latinos soy como un pelo blanco en un gato negro (o un pelo negro en un gato blanco, es igual), debido principalmente a mi origen chilango, mi filiación universitaria y mi desapego a la cerveza.

 

Dadas así las circunstancias, habrás colegido ya, mi imaginado lector, que lo único que me queda hacer es trabajar y hablar conmigo mismo. Por supuesto, mi plática siempre es interesante (aunque no sé por qué a las mujeres parece valerles verga), pero los temas tienden a hacerse finitos. Afortunadamente, trabajo la mayor parte del tiempo que estoy despierto, y es ahí donde entra la parte de la eternidad del presente.

 

Llega un punto en el que sencillamente estoy tan entrado en mi trabajo que sencillamente dejo de pensar. De repente miro el reloj y ya han pasado casi seis horas y no ha cruzado un pensamiento por mi mente. Y entonces me siento como un animal de granja. Lo único de mí que interactúa con el mundo es mi fuerza de trabajo, y repentinamente el mundo se ha reducido a mi patrón y mis compañeros, quienes me odiarían si tuvieran que trabajar más por mi causa. Sin esa fuerza de trabajo que ando vendiendo cara, sería yo inexistente. Damn...

 

Entonces, a pesar de que vine en busca de salvación y fortuna (y a ganarme el derecho a estar cansado), estoy incurriendo constantemente en el pecado de la animalidad al perder o dejar perder o como quiera que se le llame a esta molesta sensación de que mi mente me abandona. Esta “animalidad”, como le llamaba El Mínimo Hegel (Daniel), de verdad me hace sentir pecador, con ganas de redimirme, pero esta vez ya no logro ni elucubrar cómo. Quizá a causa de ella misma es que México se me ha vuelto tan abstracto, tan lejano y tan neutro. ¡Chale!

 

Fu-Manchú
Los Siete Bosques de Vancouver, WA
8 de diciembre de 2009, 12:01 pm PST