(...) y en la esquina ya nada es igual
era mejor viajar
-- La Maldita Vecindad, Pata de Perro
Hace muchos años, al menos unos 35, un niño como de 11 años se perdió durante dos días. Según cuentan, un buen día se preguntó cómo se veían de cerca ciertos cerros que, en tiempos algo más modernos, se ubican como a unos 20 o 25 kilómetros de la estación La Paz de la Línea A del Metro Férreo. Así pues, este niño se puso a caminar para alcanzar las faldas de aquellos dichosos cerros. Por supuesto, ningún niño de 11 años tiene una idea muy clara de qué tan lejos se encuentran los cerros que ve desde su casa; mucho menos cuánto tardará en llegar o de qué modo lo hará, lo cual explica por qué, cuarenta y ocho horas después, una patrulla lo devolvió a la casa de sus abuelos, puesto que para entonces su madre había muerto ya. Ese niño se llamaba Ángel.
Me cuentan que aprendió el oficio de carpintero, lo cual lo hizo relacionarse con mucha gente. Uno de los más pintorescos era su amigo el Perk, de aficiones hippióticas, quien tocaba la guitarra para toda la bolita de borrachos que se reunía en la calle. Sobra decir que Ángel siempre andaba también ahí. Ángel de repente me cuidaba mientras mis padres volvían de trabajar; recuerdo claramente cómo me alimentaba con tacos de Choco-Krispis. Sonará curioso, pero aún recuerdo el sabor. Ahora, con mis propios años encima, me imagino que habrá hecho acopio de todo su carácter hippiotista para soportar la interminable charla de cierto niño algo brillante que prefería pasar las horas jugando con su Tente (Lego Technics sería el equivalente más aproximado en la actualidad) y mostrándole sus nuevas creaciones. Incluso, él fue el primero que entró y comenzó a reírse cuando ese niño, para proteger la seguridad de su hogar, le arrojó una cubeta de agua a un televisor de bulbos que en verdad lucía al rojo vivo en el interior, y sin duda, fue de los que defendieron a ese niño cuando sus padres regresaron a casa en la noche para encontrar la máxima muestra del patrimonio familiar destruida.
Nunca explicó el significado de la críptica frase "¿con qué ojos?", que solía pronunciar cuando el niñato aquel tan latoso le decía que le comprara un Gansito. Y claro, debe haberle parecido igualmente críptica la respuesta del escuincle: "¡Pues con los del muñequito Marinela!". Pero un buen día, sencillamente, se fue. Nadie supo dónde estaba durante unos meses, hasta que alguien recibió una carta que, supongo, habrá dicho algo así como "US Mail".
Resulta que, durante esos meses, Ángel estuvo en Puerto Vallarta, en Tijuana, y mandaba una foto de sí mismo en la nieve, posiblemente en Las Vegas o en alguna otra parte del estado de Nevada, en los Estados Unidos. Tardó otro rato en regresar y, por supuesto, todos le hacían preguntas sobre los lugares en los que había estado, si bien no recuerdo ya las respuestas. Supongo que me habrá hablado del mar, de cuántos pescados tenía, porque durante mucho tiempo viví obsesionado con Puerto Vallarta (lugar que, por cierto, nunca he visitado). De repente hacía trabajos de carpintería en la casa aquella, y así fue como aprendí a usar la oximorónica herramienta del "desarmador del golpe".
Para entonces, ya menos amigos se juntaban a beber en la esquina por la noche, sólo los escasos que aún escapaban al matrimonio. Y en una de esas, mientras se encontraba bebiendo ve tú a saber qué cosas, vio que una sombra se precipitaba desde el cielo en su dirección. La vio pasar por su lado y, después, la vio chocar contra el muro que bordeaba el Gran Canal del Desagüe, que estaba como a 15 o 20 metros de donde se encontraba. En esos tiempos en que el chupacabras era famoso, igual que hoy, y además estando algo borracho (me imagino), Ángel se acercó al bulto aquel.
Al día siguiente, toda la calle comentaba lo mismo: "!Ángel agarró una lechuza!". Dicen los que vieron aquella ave que era demasiado grande para ser una lechuza, que más bien debió ser un tecolote o un búho (si es que no son sinónimos). Sus sobrinos le preguntábamos cómo le hizo y él repetía que la atrapó al vuelo, la historia de la barda nos la contaron sus hermanos. El siguiente problema fue alimentar con carne cruda al irascible animal, hasta que al fin le encontró un comprador y ahí le perdimos el rastro a la intempestiva criatura.
Y Ángel se iba por meses y regresaba por meses, y me contaba cosas de los lugares en los que había estado, y me prometía que la siguiente vez me llevaría con él. Mis padres nunca lo permitieron. Y nunca hubo tiempo suficiente para que cumpliera su promesa de enseñarme su oficio de carpintero. Entonces, una noche en que lo acompañamos a la terminal de autobuses del Norte, le hice prometer que me traería un pez en una hielera de su siguiente viaje a Vallarta. Quiso regalarme un reloj, me impidieron aceptar el regalo.
Como medio año después, regresó. Lo primero que hice, por supuesto, fue preguntar por mi pescado. Y he aquí que sacó un delfín de madera pulida. Cuando vio mi cara de decepción, me dijo que ese delfín se convertiría en uno de verdad cuando fuera yo a Vallarta y lo metiera al mar. Desde entonces ese delfín ha estado esperando su oportunidad de regresar.
Años de conflictos familiares lo alejaron, si bien siempre había noticias suyas. Incluso que, aunque no se casaba, se había juntado por ahí de 1994 con una señora del Estado de México (de San Vicente, según recuerdo, si bien no sé cuál). Que al fin iba a establecerse. Pero, ¡no! Después se supo que andaba en un lugar llamado Nuevo Vallarta, en Nayarit; se dijo que había estado en Chiapas o en Quintana Roo. Más adelante, que había vuelto a Tijuana. Y más adelante aún, en las últimas fechas, que estaba en Rosarito, Baja California.
Ahora, ya bastante maduro, finalmente se ha establecido. Tiene una hija a quien decidió ponerle un nombre en náhuatl, aunque no recuerdo cuál es. Conoce gente que brinca la frontera cuando quiere, cosa que se habría probado bastante útil en días pasados. Se dice que anduvo en malas compañías, quién sabe qué signifique lo de malas, pero suena tranquilo cuando platica de su vida y su familia.
¿Por qué hablo de todo esto? Porque ese personaje ha sido uno de mis más grandes modelos. Siempre he querido (vanidosamente, debo confesarlo) hacer cosas como las que hizo él. Viajar de un sitio a otro, juntar para el siguiente boleto y viajar de nuevo. La familia no puede hablar de él sin hablar de sus viajes, de cómo desde niño se le vio que iba a ser un "pata de perro". Obviamente, no lo he conseguido, y difícilmente lo conseguiré. Pero ello no impide que exprese mi admiración por sus andanzas (todo niño quiere aventurarse en lugares exóticos), que le dedique un pequeño homenaje escribiendo sobre las cosas que recuerdo. Y tampoco impide que, un día de éstos, a lo mejor me lo encuentre en algún lado y nos pongamos a platicar de los lugares que hemos conocido, de las cosas que hemos visto. Aunque mínimos, mis viajes no dejan de ser un signo, un pequeño reflejo de los suyos.
Fu-Manchú
Los siete bosques de Vancouver, WA
17 de enero de 2009, 01:06 am PST
" Cuando yo sea grande, quiero ser como él" . Me gustó, es un hermoso relato. Y seguro que tambien tienes a alguien cerca de tí que escucha admirado tus grandes aventuras. Yo tambien tuve a alguién que ha sido un pata de perro en mi familia y que ahora ya se eternizó porque una gran mujer está a su lado, él es mi hermano Gabo. Le admiro grandes cosas. Sobre los lugares que mencionas él vive a un lado de Nuevo Vallarta y tengo el pendiente de ir pronto a ese lugar. Me encanta lo tierno, lo humano y la cosmovisión de un niño. Y en este caso conocer una parte de la inocencia en tu infancia. Te envió un gran saludo y fuerte abrazo.
ResponderBorrarSí, recuerdo ese recuerdo. Es lindo volver escucharlo (en esta ocasion leerlo) y más detallado aún... Quiza todos tengamos en un nivel ese sueño, en común, el de viajar, quizá pa' propagar la especie, quizá nomás para sentir que hemos existido en más de un lugar... Igual y no lo tenemos todos... yo sí. Por cierto, ¿alguna vez te dije que ese relato del delfín fue una de las cosas que más me gustaron de ti? Sí, me hacia ver que tenias algo "limpio" o algo bueno si prefieres decirlo así, en tu corazón, inocencia... que sé yo. El recuerdo del relato es algo dulce, pero bueno, ya no digo más, sino igual y se me escapa como una pluma al soplarsele.Unicamente comento de más que a últimas fechas te has vuelto más diestro en esto de escribir sobre ti. Bueno verlo (igual y malo...) . Ah! y sobre lo de tu entrada sobre "cosas" ¿sabes que me volvio a pegar lo de la pirateria? al parecer soy difusora de ello... pero pues que hacerle. Besos
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