viernes, 5 de octubre de 2007

Hoy no hablo yo...


--Algo cierto acerca del problema es que suele ser falso

Fu-Manchú (yo, pues)

Contra mis mejores intenciones, parece que seguiré la moda de usar este medio para hablar de nada. Claro que, según me hace notar el pequeño filósofo que todos llevamos dentro, eso ya está muy visto. El Meister Eckhart anduvo hablando sobre el fruto de la nada. Me preguntaría sobre mi existencia, pero ya se ocupó de eso un mozalbete llamado Jean Paul Sartre. Me gustaría hablar sobre libros que he leído, pero ya antes Borges se imaginó "el Paraíso bajo la especie de una biblioteca".

Hoy siento la necesidad de la catarsis, pero se me adelantó Antonio Fuguet y la inverosímil tinta roja de Alfonso Fernández. Podría ponerme meditabundo, de haber faltado aquellos extraños ojos de Zapata que Taibo retrata como cosa fácil. Incluso podría ser trágico de no existir Aquiles, o Jasón, o Héctor, o Argos, o Juan Dahlmann, o Anthony Quinn investido de vejez y pesca, o mi padre surcando el anonimato de una noche de frontera.

Quizá sea que uno poco a poco se convierte en lo que lo rodea, o lo que nos rodea se convierte en uno, al modo de los grises inmortales. Por ello, tenso entre un final que no concluye y un inicio que no inicia, temo escribir el punto final o la primera letra. Quizá por ello busco a Dios, como quiera que se escriba, pero insiste en eludirme. A veces creo intuirlo entre una letra, en una multitud, en el paso del gato, en el aire que me rodea. Pero sólo son indicios de indicaciones de indicios, como se dice que se cuenta la trama policiaca de Almotásim.

Claro que es divertirlo imaginarlo, aunque ya lo haya descrito Umberto Eco. Quizá un numen jubiloso al estilo franciscano, o uno multiglorioso al estilo benedictino. Pero mi imaginación se detiene especialmente en uno que es más que luz, uno total, como el que encontró Juan de la Cruz alguna noche oscura. Me consuela la imagen, pues todo lo que sobre Él diga mi boca pecadora, ha de ser mentira... ojalá que se consume la excepción al hablar yo de Su existencia.

¿Por qué Dios? ¿Por qué no? El problema no soy yo, ni ellas, ni ellos, mis estupideces del pasado (que, por cierto, ya no existen) o mi desconfianza en el futuro (que, por cierto, aún no existe). El problema es que somos humanos, como decía Stalin. Me gustaría creer que somos la canción dentro de la melodía, como postula Elvis Costello. Me gustaría poder creer que estamos llenos de bellos errores. Pero cada vez pareciera que el error es condenable, que de modos misteriosos, la perfección les ha hablado de sí misma. Quizá el problema es que quizá no hay Dios, ni ellos, ni ellas, ni yo, ni siquiera tú; quizá sólo hay una existencia gesticulando, gritando, agitándose en el ilusorio medio de la nada. Y a veces, sólo a veces, me gustaría poder decirte algo por mí mismo.

Fu-Manchú

Las Siete Montañas de Tláhuac

05/Oct/07, 2:17 am